La sociedad actual ya no
puede entenderse sin la comunicación sin cables, por eso se mira para otro lado
ante las pruebas de que las ondas electromagnéticas alteran el equilibrio del
organismo.
La cuestión aparece y desaparece periódicamente de los grandes medios de comunicación. Tan pronto se publica un estudio que denuncia efectos negativos como otro que los niega. Llevamos así desde que existen cables de alta tensión, a los que se culpa de incrementar el riesgo de sufrir leucemia, sobre todo entre los niños. La preocupación arreció al aparecer una nueva tecnología: las microondas para transmitir señales telefónicas. En los dos últimos años se ha añadido el riesgo de las conexiones inalámbricas domésticas y locales a internet mediante Bluetooth y Wi-Fi.
Decenas de estudios
relacionan este tipo de emisiones con diferentes alteraciones biológicas, pero
el tema no se zanja, siempre quedamos pendientes de un estudio científico más
riguroso. Entre tanto las compañías no dejan de instalar antenas emisoras en la
vía pública, sobre los edificios y hasta en las alcantarillas, y reparten entre
sus clientes teléfonos que permanecen conectados las 24 horas.
El sistema formado por
grandes empresas, gobiernos y organizaciones científicas parece haber asumido
que la vida moderna conlleva riesgos inevitables. Quizá las futuras víctimas
colaterales estén todavía interesadas en protegerse y proteger a sus hijos
apoyándose en expertos independientes que denuncian los efectos de las ondas
electromagnéticas y ofrecen soluciones para reducir o eliminar los riesgos.
Vivimos sumergidos en un mar
de ondas electromagnéticas. La luz del Sol y sus rayos ultravioleta o los rayos
cósmicos son radiaciones que forman parte del entorno natural, pero la densidad
de ondas entre los 50Hz y los 2.500 MHz se ha multiplicado debido a la
tecnología humana. Por desgracia, la decisión personal de utilizar el teléfono
móvil con moderación no es suficiente. En estos momentos, la contaminación
electromagnética es como una espesa niebla invisible. Está formada por
emisiones de fuentes diversas, dentro y fuera de casa.Cuando el cuerpo humano se encuentra con una onda electromagnética puede reflejarla, absorberla o ser traspasado por ella. Pero para saber si el efecto sobre el organismo es perjudicial hay que conocer cómo interaccionan las ondas con las células y los sistemas fisiológicos. Los efectos dependen de la longitud, la frecuencia y la intensidad de la onda, así como de la conductividad y la morfología de los distintos tejidos del cuerpo humano.
Las ondas que propagan las
señales de la radio y la televisión, que utilizan frecuencias de 100 a 800 Mhz,
a pesar de ser omnipresentes, se han librado de sospechas. Estas recaen sobre
los extremos del espectro electromagnético no ionizante (el peligro del
ionizante ya es bien conocido: va desde los rayos X a las radiaciones
nucleares). Por un lado, los campos electromagnéticos de baja frecuencia
generados por cables de alta tensión, transformadores y aparatos eléctricos.
Por otro, las microondas, de una longitud del orden de los centímetros y alta
frecuencia, que se emplean en la tecnología de los radares y los teléfonos
móviles. Ambos extremos se relacionan con el cáncer, la hipersensibilidad
eléctrica y otras enfermedades.
Existen estudios serios que
demuestran los efectos perjudiciales de la contaminación electromagnética,
frente a los cuales las autoridades sanitarias y la sociedad entera practican
la política del avestruz. Un estudio realizado por la Agencia Internacional de
Investigación del Cáncer, dependiente de la Organización Mundial de la Salud,
proclama que las emisiones electromagnéticos de la telefonía móvil son un
“probable carcinógeno en humanos”, debido a que están asociados a un mayor
riesgo de glioma, un tipo de cáncer maligno del cerebro.
Muchos han querido entender
que a fin de cuentas “probable” no es gran cosa. Pero para que una organización
muy sensible a los intereses económicos en juego como la OMS establezca esta
calificación ha debido tener en cuenta pruebas contundentes, como los estudios
que demuestran un incremento del 40% en el riesgo de tumor cerebral agresivo
entre las personas que han usado el teléfono móvil durante 30 minutos diarios
por un período de 10 años. Suficiente para que el director de la Agencia,
Christopher Wild, aconseje que se tomen medidas prácticas como utilizar
dispositivos de manos libres que alejan el aparato de la cabeza o que se
escriban SMS en lugar de realizar llamadas.
La prudencia de la OMS no
puede ocultar que existen estudios rigurosos e independientes que muestran la
actividad cancerígena segura, no probable, de las microondas de los móviles.
Lennart Hardell, del Hospital
Universitario de Orebro (Suecia), y Olle Olle Johansson, del prestigioso Instituto Karolinska, concluyeron ya en
1999 que había una relación de causa efecto entre teléfonos móviles y cáncer.
Aquel estudio fue desacreditado por un trabajo del Instituto Internacional de Epidemiología, de Rockville (Estados
Unidos). Hardell reaccionó enfurecido y demostró la relación entre los autores
del informe y… Motorola. Algo semejante le ocurrió a Hugo Rüdiger, de la Universidad de Viena (Austria), en 2008.
Su equipo demostró que las hiperfrecuencias de los móviles de segunda
generación, que trabajan entre los 1.800 y los 1.950 Mhz, alteran el material
genético de las células de tejidos humanos. Las conclusiones no se han retirado
a pesar de todas las críticas realizadas por representantes de la industria,
que vio en este estudio una amenaza para su negocio.
Las microondas son incluso
capaces de alterar el comportamiento de las personas. Una investigación
realizada en la Universidad de California
concluye que los fetos expuestos a microondas de los móviles sufren un
incremento medio del 54% en el riesgo de presentar problemas como
hiperactividad o alteraciones emocionales. El peligro de los bebés más
expuestos asciende al 80%. Otro ensayo, dirigido por Leif Salfrod, de la Universidad de Lund (Suecia), sugiere
que la radiación de los móviles abre la barrera existente entre los vasos
sanguíneos y el cerebro, de manera que sustancias presentes en la sangre como
la albumina pueden contaminar el sistema nervioso central con resultados
imprevisibles.
A los efectos de los teléfonos hay que añadir el de las cada vez más populares conexiones inalámbricas Wi-Fi, que utilizan la misma tecnología. El equipo de San Ming Wang en la Universidad de Purdue (Estados Unidos) ha comprobado que después de sólo dos horas de exposición aumenta la expresión de 221 genes. Tras seis horas, la cantidad se eleva a 759, entre los que se encuentran genes relacionados con la muerte celular. Que un gen se exprese quiere decir que puede provocar la secreción de una proteína que, por ejemplo, favorezca el desarrollo de tumores u otras muchas enfermedades.
Ante la avalancha de estudios, los portavoces de la industria, las autoridades y los supuestos expertos que condicionan la opinión pública responden machaconamente con dos tópicos:
• “No existen pruebas
epidemiológicas”, sostienen en primer lugar los escépticos. El problema es que
la epidemiología actual tiene grandes dificultades intrínsecas para establecer
relaciones de causa efecto entre un agente y la incidencia de una enfermedad en
la población. Miles de sustancias químicas nocivas rebosan en el entorno y se
acumulan en los cuerpos sin que los epidemiólogos concluyan categóricamente que
son responsables de trastornos, muchos de ellos crónicos. Ha costado décadas
sentar en el banquillo al tabaco o el amianto. Cada vez que un estudio confirma
el efecto de un tipo de radiación, siempre sale alguien preguntando si se ha
tenido en cuenta el poder adquisitivo, las condiciones de vida, la educación o
cualquier otro factor imaginable que pudiera alterar los resultados. No
obstante, estudios serios como los realizados por Horst Eger señalan que la
probabilidad de cáncer se multiplica por tres en la población que vive dentro
de un radio de 400 metros de una antena de telefonía móvil.
• Otro latiguillo: “Los móviles emiten poco y cumplen normas de seguridad rigurosas”. Pero estas normas se han elaborado teniendo en cuenta el único efecto biológico reconocido a las microondas: el de provocar un aumento de temperatura en los tejidos. Lo malo es que este calentamiento mesurable no es responsable del cáncer, ni de las otras enfermedades mencionadas por los estudios, que seguramente se deben a alteraciones en procesos biológicos sofisticados que apenas conocemos. Además ni siquiera existe un consenso sobre la dosis aceptable del grosero efecto térmico. La Unión Europea fija como límite 2 W/Kg de SAR (siglas en inglés de tasa de absorción específica), sin embargo los expertos del prestigioso Instituto de Ecología de Friburgo (Alemania) consideran que no es recomendable superar los 0,2 W/kg.
Las emisiones de móviles y conexiones
inalámbricas son las que más preocupan en la actualidad, pero no son las únicas
contribuyentes a la niebla eléctrica. Hay que sumar las emisiones de los
electrodomésticos y todo tipo de aparatos que nos acompañan en casa o en el
trabajo.
No es fácil saber a qué tipo
de campos y emisiones se está expuesto dentro del propio hogar. Para
averiguarlo habría que conocer la ubicación de las antenas de telefonía móvil
en las terrazas de los edificios cercanos, los transformadores y cables de alta
tensión de la red eléctrica e incluso las fuentes de emisión que se encuentran
dentro de las casas de los vecinos.
Un experto –se puede
contactar con uno a través de las asociaciones de afectados o de construcción
ecológica– puede medir con los aparatos adecuados los distintos campos
magnéticos de baja frecuencia, así como las emisiones electromagnéticas de alta
frecuencia que inciden sobre los lugares de la casa donde se pasan más horas,
como las camas, la sala de estar o el estudio si se trabaja en casa. Para que
la medición sea realista se debe realizar durante todo el día, pues las algunas
emisiones pueden fluctuar. Por ejemplo, las que proceden de lavavajillas o
lavadoras que se ponen en marcha en momentos determinados.
Una vez obtenidos los datos
objetivos hay que interpretarlos. Depende de los criterios del experto sobre
cuáles son las dosis máximas admisibles que el diagnóstico sea más o menos
alarmante, así como el tipo de medidas para reducir el electrosmog. Las
autoridades sanitarias europeas y españolas consideran que un campo
electromagnético de baja frecuencia (50 Hz) por debajo de los 100.000
nanoteslas (nT, medida de la intensidad de flujo magnético) es seguro. En
cambio, estudios citados por la OMS sitúan el riesgo por encima de los 400 nT,
mientras que los expertos en bioconstrucción, más rigurosos, prefieren que esté
por debajo de los 100 nT.
Las medidas más sencillas para reducir la exposición consisten en ubicar los electrodomésticos a las distancias adecuadas y prescindir de los innecesarios. En la gran mayoría de los casos, la aplicación del principio de precaución se logra fácilmente reconfigurando el salón, habitación o puesto de trabajo. Alejarse de la fuente del campo magnético suele ser suficiente para reducir la exposición a niveles aceptables.
Los expertos coinciden en la
importancia de mantener la cama a salvo de los influjos eléctricos para
favorecer la recuperación. Por eso conviene evitar en el dormitorio todo tipo
de aparatos que se enchufen, como despertadores, radios, mantas eléctricas,
somieres regulables, televisores, ordenadores, teléfonos móviles e
inalámbricos. Incluso resulta recomendable separar el cabecero de la cama un
metro de la pared que acoja los cables de la instalación eléctrica. Si esto no
es posible, se puede instalar un dispositivo en la caja de distribución que
corta el suministro eléctrico cuando no se consume (es decir, en cuanto se
apaga la luz de la mesita de noche).
A partir de ahí, otras
maneras de evitar los campos magnéticos son más costosas, pues los materiales
comunes, como los ladrillos y el hormigón de las paredes de los edificios, no
los bloquean. Se pueden adquirir e instalar distintos tipos de materiales a
modo de escudo, cuyo efecto se basa en la capacidad conductora de la fibra de
carbón, los hilos de plata, las redes de cobre o el film de aluminio, pero no
todas las soluciones son eficaces.
Por ejemplo, las colchonetas
protectoras que se ponen debajo del colchón para frenar la radiaciones que
proceden de abajo pueden atraer las que vienen de arriba o desde los lados. Por
tanto, este tipo de medidas tiene que realizarse después de un examen serio y
sólo si se ha detectado un riesgo importante o la persona sufre de
hipersensibilidad a la electricidad. Existen distintos materiales en forma de
malla, baldosa o láminas que pueden ofrecer una solución eficaz en estos casos.
¿Cuáles son las distancias
de seguridad respecto de las antenas de telefonía? La opinión de los expertos
varía entre los 50 y 100 metros. Dentro de estas distancias una antena produce
aproximadamente la misma emisión que un teléfono móvil junto a la cabeza, pero
hay que tener en cuenta que es una emisión constante, por tanto su efecto
acumulativo debe ser incomparablemente mayor.
Además de participar en las
acciones colectivas contra la existencia de antenas de gran potencia junto a
viviendas, una solución inmediata consiste en protegerse mediante escudos
eléctricos, como las pinturas pantalla que contienen grafito. Son aptas para cubrir
todo tipo de superficies, como paredes de yeso, empapeladas, madera o cemento.
Este tipo de pintura es transpirable y se aplica como cualquier otra. La única
diferencia es que un electricista cualificado debe realizar una conexión a
tierra de la pared. También existen cortinas y láminas adhesivas translúcidas
para apantallar las ventanas, que son las principales vías de entrada de las
microondas en las casas:
-Teléfonos inalámbricos. Las
bases y terminales DECT (siglas en inglés de “telecomunicaciones Inalámbricas
mejoradas digitalmente”) generan altas dosis de electrosmog. Producen a su
alrededor un campo magnético de baja frecuencia y microondas como los teléfonos
móviles de manera constante. Si no se quiere renunciar a este aparato, hay que
asegurarse de que emita menos de 100 µW/m2 a una distancia de dos metros. Los
teléfonos con cables son mucho más recomendables.
- Radiodespertadores. Además
de consumir mucha electricidad, emiten grandes campos de eléctricos y magnéticos
de baja frecuencia, a menudo cerca de la cabeza. Es mejor sustituirlos por
modelos a pilas.
- Pantallas. Los modernos
televisiones y monitores LCD producen campos magnéticos menores que las
antiguas pantallas catódicas. Conviene elegir modelos con el sello TCO
Standard, que limita la intensidad a 200 nT a una distancia de 30 cm ,aunque
idealmente la emisión no debiera superar los 20 nT.
- Iluminación. Sin duda, la
tecnología más limpia es el LED, seguida del halógeno a 220V sin transformador.
Los fluorescentes emiten campos magnéticos y eléctricos demasiado fuertes.
- Hornos microondas.
Conviene asegurarse de que la puerta cierra perfectamente para que no se
escapen las microondas. En cualquier caso, conviene no estar cerca mientras
está funcionando.
- Routers. Los routers para crear WLAN (siglas
en inglés de “red de área local inalámbrica”) de acceso a internet o Wi-Fi
emiten continuamente microondas. En casa y en el lugar de trabajo es
recomendable emplear sistemas de transmisión de datos mediante cables, aunque
pueda resultar engorroso. En los lugares de trabajo hay que procurar mantener
en la medida de lo posible la mayor distancia posible con las antenas emisoras.
- Bluetooth. Es una tecnología de conexión sin
cables entre ordenadores y periféricos como teclados, ratones, teléfonos
móviles, cámaras digitales o mp3. También utiliza la transmisión por microondas
y por tanto tiene las mismas objeciones. Para el teclado y el ratón se puede
recurrir a la tecnología de infrarrojos, si se quiere reducir la maraña de
cables.
- Electrodomésticos. Los aparatos que se ponen
en marcha gracias a un motor como las lavadoras, las secadoras, los taladros,
los secadores de cabello, las aspiradoras, las neveras, los lavavajillas, las
maquinillas de afeitar eléctricas o las batidoras producen un intenso campo
electromagnético de un metro de diámetro cuando están en marcha. Es aconsejable
vigilar la ubicación de la nevera para que no quede, por ejemplo, al otro lado
de la pared donde se apoya un cabecero de cama.
- Cocinas de inducción. La intensidad del
campo magnético es más alta que en las vitrocerámicas clásicas. Es aconsejable
que al cocinar no se permanezca más tiempo del estrictamente necesario junto a
este tipo de fogones. Esto es especialmente importante en el caso de las
embarazadas que deberían cocinar sólo con los fuegos traseros.
- Luces infantiles. Las
luces quitamiedos en los enchufes no suponen una fuente importante de
electrosmog, siempre que se hallen a más de un metro de donde duerme el niño.
Las que funcionan con pilas no generan ningún campo.
Extraido de El Correo del Sol
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