martes, 28 de abril de 2015

Raquel Taranilla y la rebelión del oncocuerpo: “Tu cuerpo en el hospital es una ciudad tomada”.


Me ha gustado mucho esta entrevista que le hace el doctor Enrique Gavilán a Raquel Taranilla con motivo de la publicación de su libro Mi cuerpo también, editorial Los libros de Lince, 2015. Este libro, en sus propias palabras, “es un relato que proviene de un espacio alternativo, creado por mí a partir de mi vivencia, para el que recurro a mi bagaje cultural e intelectual. Me conformo con presentar la vivencia del cáncer desde otro punto de vista, con plantear preguntas, descubrir dilemas. Me planteé el libro con la voluntad de devolver la mirada a la maquinaria médica, así que lo que les descubre mi libro a los profesionales de la salud es que un paciente es también un punto de vista”. 

Hay algo que todo médico tiene que tener claro desde el comienzo de su andadura profesional: que una cosa es el enfermar y otra la enfermedad. Lo primero solo puede ser descrito y acotado por el que sufre, a pesar de que es una tentación médica habitual negarlo o minimizarlo (no tiene usted nada, las pruebas son normales); pero lo segundo, la enfermedad, ha sido históricamente territorio de la ciencia, en su afán normalizador y categórico. Sin embargo, hablar de la enfermedad solo en términos médicos también es una forma de colonialismo, una manera sutil de medicalización.
Por fortuna hay individuos que reivindican la pervivencia de la historia personal, que se cuela, obstinadamente, por entre los huecos que deja la historia clínica, erigida como la oficial y la única que parece importar. Es lo que ha hecho la licenciada en Derecho y doctora en Filología Hispánica Raquel Taranilla en su libro “Mi cuerpo también” (Los libros del lince, 2015). Con  ironía a raudales y pulso inteligente, con golpes de realismo desprovisto de heroidicidad y vacío de intención moralizadora. Tal y como ella es.
En esta entrevista profundizamos en algunos de los numerosos aspectos que trata en su libro sobre su propia experiencia durante un proceso de enfermedad como el que cualquiera de nosotros podría sufrir.
- En tus trabajos académicos (tesis doctoral, artículos) analizas lingüísticamente los contenidos de interrogatorios policiales y juicios. ¿Qué tenemos los médicos de policías y qué de jueces?
La clínica, la policía, la administración de justicia son instancias de gobierno y, en ese sentido, sus prácticas son a menudo semejantes. La composición espacial del hospital, del tribunal y de la comisaría está dirigida a poder protocolizar la vida. También los están el conjunto de sus prácticas y el estatus de su conocimiento.
En mi caso concreto, los dolores de espalda y las parestesias que sentía al inicio de la enfermedad se achacaron en un primer momento a una contractura en los trapecios. Actuando en tanto que agentes sociopolíticos, los médicos tardaron en certificar mi enfermedad, en clasificarme como una enferma (y no solamente como una lesionada), en autorizar que mi cuerpo fuese hospitalizado. En ese sentido, los médicos son los guardianes de un saber, de unas prácticas, de un espacio, igual que jueces que aceptan o no a trámite una demanda.
Por otro lado, durante mi enfermedad, se me hizo evidente que en la clínica la participación comunicativa que se espera del paciente es mucho más compleja que la de exhibir su cuerpo y señalar dolores. Hay un elemento de comunión entre las posiciones que ocupan el paciente en la consulta y el testigo o el interrogado en la sala de juicios.
- A menudo acuden a mi consulta personas que vienen del hospital con un informe lleno de tecnicismos para que se los ‘traduzca’ en palabras que puedan entender. Cuando llevo dos o tres, suelo parar, recitar en alto, con mucha ceremonia, alguna palabra, pongamos ‘blenorragia’ o ‘rectosigmoidoscopia’, y, sonriendo, les digo algo así como: “a los médicos nos encanta usar jerga que nadie entienda más que nosotros; así parecemos más importante de lo que somos”. ¡Se suelen descojonar, como imaginas!
Exactamente. Ese es otro punto en común entre lo médico y lo jurídico: el lenguaje incomprensible al lego, al ciudadano de formación media. Los profesionales del derecho y la medicina cumplen una tarea casi sacerdotal. Se convierten en los guardianes de un conocimiento arcano y privativo, amparándose en un discurso que solo ellos pueden descifrar. Son los mediadores imprescindibles. Hay en ello, sin duda, una voluntad de prestigio, una forma de creación de identidad, de asimilación a la comunidad de expertos.
Cuando doy cursos sobre escritura para jueces, a menudo corrijo la redacción de sentencias y propongo formulaciones que podría entender cualquiera (recomiendo textos más llanos, más comprensibles, lo que no significa menos profundos, menos precisos) y, para mi sorpresa, siempre hay alguien en el auditorio que se queja de que, en caso de escribir de modo sencillo, parecería que no sabe derecho, y sus propios compañeros le considerarían incompetente. Hay una creación de élites a través de marcas discursivas.
Es evidente que el conocimiento especializado ha de contar con tecnicismos. Y, sin embargo, también es cierto que hay algunos recursos discursivos (como la sintaxis barroca de las sentencias judiciales) que son del todo prescindibles. Además, debería considerarse quién es el receptor de cada texto: si un documento tiene por destinatario un colega de profesión, desde luego no importa que esté plagado de términos especializados.
Ahora bien, es una cuestión de democracia el reivindicar una buena divulgación médica y jurídica. Deberíamos poder exigir que todo aquel que enferme y todo aquel que se ve implicado en un proceso judicial comprenda su situación, al menos, en un nivel suficiente.
Hay mucho ya teorizado sobre las cuestiones que he apuntado y, sin embargo, los movimientos de modernización de la justicia, de la medicina, todavía están en ciernes en España. No es cuestión de un día cambiar las rutinas comunicativas.
- Hablas de los cambios que ha sufrido la medicina en los últimos siglos y décadas: el abandono del lenguaje subjetivo por otro más técnico y objetivo, la invasión de la estadística, la sustitución de la clínica por la técnica, la irrupción de los ordenadores en las consultas… Afirmas que “los médicos ostentan el poder de definir, en un plano general, qué es la enfermedad y, en un nivel individual, el poder el poder de imponer o negar el estar enfermo”. Otro de los cambios más radicales es que los médicos nos atrevemos a definir no ya la enfermedad, sino la salud y lo que lleva o no a ella, los ‘consejos saludables’, algo que Ivan Illich consideraba parte de una labor pastoral. ¿Cuál es el siguiente paso?
Sin duda, la medicina y la farmacología van a seguir colonizando esferas de nuestra vida, imponiendo una práctica y una moralidad, por no hablar de un ámbito de consumo. El campo de la prevención se ha abierto a la gestión disciplinaria de los cuerpos de un modo atroz —la lógica liberal es insaciable y siempre demanda más (más espacio, más tiempo y, a la postre, más negocio) —.
Hace pocos días, toda la prensa general publicaba en primera página que cierta conocidísima actriz, que ya en su día se extirpó los pechos para evitar cierto cáncer al cual parece ser propensa, acaba de extirparse también los ovarios. Seguro que hay buenas razones médicas para que haya tomado esa decisión, sin duda difícil. Lo que resulta llamativo es el mensaje que hay en el fondo de la noticia: se acepta la automutilación para luchar contra lo que disponen los propios genes.
Intentar domesticar el futuro a través de la gestión de riesgos está en la médula de nuestro tiempo. En la ansiedad por contabilizar y conquistar (por procurarse uno mismo) la seguridad futura reside, opino, el camino al que tiende esa labor pastoral de la que hablaba Illich.
- ¿Es lícito que los médicos colonicemos todos estos aspectos de la vida?
Cuando enfermé, la medicina me impuso una disciplina que cuestiono con tesón, pero de la que no logro escapar. Hay una clave fundamental para entender mi libro: el cáncer ha hecho de mí alguien obediente, sumiso. Mi relato es un intento por reivindicar mi voz, pero mi historia —la clínica, pero sobre todo la literaria (la vertical, que es la de los médicos, y la horizontal, que es la mía) — ha de leerse como una claudicación, a veces funcional y cómoda, otras dolorosa e incluso humillante.
La clínica es una maquinaria que devora a los individuos, es de una especie invasora: hace falta una reflexión personal sobre el cuerpo para saber dónde poner los límites, para instalar uno mismo diques allá donde no se quiere que otras instancias decidan.
De todas maneras, el imperio de lo médico está tan arraigado incluso en lo que yo llamo “el lado de la salud” que dudo que haya marcha atrás. Valga como muestra el siguiente ejemplo, que no aparece en el libro (el hospital proporciona un sinfín de anécdotas). Durante mis continuos ingresos, a menudo compartía habitación con enfermas muy ancianas que sufrían cánceres hematológicos como yo. Arrasadas por la quimioterapia, en la parte amarga de la vida que es lado de la enfermedad, muchas de ellas seguían siendo aficionadas a pasar las mañanas viendo por la televisión programas dedicados a la promoción de la salud. Así que ahí estábamos nosotras (enfermas, esquilmadas, encadenadas al hospital) tragándonos consejos para prevenir la hipertensión o el mal de Alzheimer, en programas de nombres tan jactanciosos como “Saber vivir”. A veces yo ironizaba: “¿no sería más sensato ver pornografía durante un rato?”, pero estaba ante una guerra perdida. La religión de la salud lo alcanza todo.
- En mi consulta lo mismo me piden un certificado para alegar que una persona está apta para trabajar como que es preciso que no lo haga; que necesita ingresar en un programa de ejercicio físico o que debe quedar exento temporalmente de hacer educación física. La burocracia a veces nos invade. Por suerte, hay personas como tú que piden un “movimiento que nos emancipe del papel oficial”. Pena que no seas ministra de sanidad…
El poder sociopolítico del médico le da autoridad a su saber (igual que al juez), legitima su discurso y su verdad. Esta descripción no es ninguna novedad (quien mejor lo ha explicado es Foucault y después de él tantos otros) y, sin embargo, aún no hemos encontrado un modo de poner el papel oficial en su lugar justo.
Se hace difícil pensar el mundo sin certificados. Manejamos tal cantidad de información que hemos tenido que crear un complejo sistema administrativo, en el que el formulario se impone como un molde autoritario de configurar la verdad y de poder operar sobre el mundo. Ahora bien, su autoridad ha de ser continuamente puesta en duda, repensada de modo permanente.
- Las peticiones de analíticas “para ver cómo estoy” son habituales, como si un simple análisis de sangre fuese un certificado de salud. En tu caso, eres tú la que ratificas tu sanidad: En Barcelona, a 5 de junio de 2009, por el poder que tengo sobre mi cuerpo, declaro concluido el tratamiento médico y certifico que estoy curada y libre del linfoma. Certifico asimismo que estoy apta para trabajar, para beber cerveza (con moderación) y para volver a vivir sola en mi apartamento de la calle París. Todo un ejercicio de rebeldía o quizá de ironía. Aunque otros quizá dirán que es un acto irresponsable hacer eso sin que lo corrobore un médico, ¿no?
Ese momento de mi historia es trágico. De un lado, responde a la voluntad de hacerme cargo de mi cuerpo, de reivindicar mi autoridad sobre él, es un acto de empoderamiento y de responsabilización de mí misma.
Pero, del otro, contiene una aceptación de los valores morales imperantes. Con esa declaración, me asimilo al sistema, de algún modo también renuncio a cierta rebeldía. Soy trágicamente obediente: me declaro yo misma trabajadora (es decir, pongo mi cuerpo y mi tiempo al servicio de la producción), me comprometo a beber con moderación (renuncio, por tanto, al exceso, a la fiesta dionisiaca; acato la moral de la autolimitación) y a vivir sola en mi apartamento.
Lamentablemente, no soy una rebelde, una valiente, no rompo con la ortodoxia; asimilo el modelo que me viene impuesto y mis deseos son mansos, entrañables.
- La capacidad para tomar decisiones de forma autónoma y ser uno mismo durante una enfermedad grave como la que tuviste, ¿se entrega voluntariamente, te la arrebatan los médicos o son los familiares los que la niegan?
En general, se entrega voluntariamente, con más o menos fastidio: yo cedí la gestión de mi cuerpo a cambio de ser salvada. El contrato que se suscribe en el hospital es un contrato de adhesión. En él los médicos disponen cuál es protocolo adecuado para el cuerpo enfermo, y el paciente acepta o no. Yo acepté y mi cuerpo fue procesado por la maquinaria que es el hospital.
Tanto en las decisiones primeras (operarme o no, someterme al tratamiento quimioterápico o no) como en las últimas (revacunarme después del trasplante de médula, seguir mensualmente el tratamiento hormonal), me plegué sumisa ante la posibilidad de una cura. Y mi familia suspiró aliviada. Hay algunos enfermos que, a diferencia de mí, deciden no aceptar el trato; ellos no son necesariamente los más cobardes.
Hay otro momento duro en mi libro en el que digo “quise ser un cuerpo amable por el que esforzarse”. De alguna manera, creo que el ideal del paciente colaborador (aquel que, para empezar, se entrega, confía, se deja hacer) cumple un papel en la representación que médicos y enfermeros hacen de cada caso, y en su actuación correspondiente. Tuve la intuición de todo ello mientras estaba en el hospital, y secretamente quise ser modélica. Esa fue otra de mis sumisiones.
- De cada autor que citas cuentas cómo murió. Y en el relato intercalas recuerdos de amigos que se fueron. Una amiga médico, María José Fernández de Sanmamed, dice que para que un médico pueda ofrecer una atención más digna a la muerte tiene que haber reflexionado sobre su propia muerte. ¿Para preservar la dignidad en medio de la enfermedad también?

La idea de “dignidad” como propiedad innata del ser humano me parece problemática; es tan esotérica que resulta inoperante. Creo que todo lo más a lo que podemos llegar es a consensuar qué es, en el seno de nuestra comunidad, un trato indigno, qué actuaciones deben ser censuradas por indignas. En ese sentido, por ejemplo, podríamos acordar que el ensañamiento terapéutico es un trato indigno. Los pacientes, como cualquiera, pueden sufrir tratos indignos. Saber identificarlos y defenderse de ellos no siempre es sencillo.
- En muchas culturas la enfermedad es fruto del castigo divino. En las sociedades de tradición judeocristiana la concepción de que la culpa se asocia a la enfermedad está muy arraigada. Y en nuestro tiempo resurge la idea de la responsabilidad individual sobre el cuerpo, la enfermedad y la salud. ¿Cómo se materializó en tu caso, cómo viviste esa presión?
Nuestra vivencia de la enfermedad está determinada por una moralidad en la que rige algo que en el libro llamo “regla de responsabilidad”. Consiste en que todo individuo ha de hacerse responsable de su propio cuerpo, ha de procurarle bienestar y salud, ha de evitar los daños futuros. De contravenir tal mandato, se abre la puerta a la recriminación propia y ajena. No cuidarse se ha convertido en una forma de irracionalidad. La moral del autocuidado, el autocontrol, la autorrealización es un concepto potente en la sociedad liberal, y penetra todos los ámbitos.
Como dices, si en el pasado la enfermedad estuvo vinculada al pecado, hoy en día entendemos que el origen del daño al cuerpo es un riesgo que a menudo el enfermo no se ha esforzado por evitar —porque ha fumado, se ha alimentado de forma inadecuada, porque ha practicado sexo no seguro, etc. —. Así que el vínculo entre el pecado y la enfermedad solo ha sido objetivizado, pasado por el filtro de la ciencia, pero no ha dejado de pertenecer a un discurso moral.
Viví ese deber hacia mi cuerpo como un dilema. De un lado, mi conciencia (como producto bien normalizado de su tiempo) me exigía someterme a la regla de responsabilidad, y lo sigue haciendo. De otro lado, como analista, me doy cuenta del ingenio (contingente, coyuntural) que es esa regla y no puedo dejar de atormentarme por acatarla.
- Cuando cuentas en el libro tu periplo por los hospitales hasta que te ‘acreditaron’ como enferma, me acordé inmediatamente de la película de Nanni Moretti ‘Querido Diario’, en cuya tercera parte, titulada “médicos”, cuenta su peregrinaje por los hospitales y consultas en busca de alguien que le diera una explicación a los síntomas que sufría. Al final fue también un linfoma, pero un linfoma de Hodgkin. Son escenas donde, a pesar del dramatismo, siempre se encuentran espacios para la comedia. ¿Qué papel tuvo el humor en tu proceso?
El enfermo tiene pocos espacios de intervención, relegado como está a su rol paciente, a la posición horizontal. El humor es un recurso crucial del enfermo para atacar la enfermedad, quitarle peso, exorcizar al demonio. Reírme del cáncer contenía también un acto político: reivindicar la parte de mí que excedía al cuerpo enfermo. Por eso digo en el libro: “El humor del enfermo de cáncer es un acto de resistencia, un humor maqui”.
- ¿Y el placer? ¿Puede haber momentos de placer aún estando gravemente enfermo?
Sin duda, los hay. Mi libro empieza con una declaración al respecto: al inicio de mi enfermedad, antes del diagnóstico, yo sentía dolor que se irradiaba por mi columna, una especie de púlsar instalado en mi espina; como antagonista a ese dolor terrible, propongo el goce sexual, la energía del orgasmo.
- ¿Placer y sufrimiento al mismo tiempo? ¿No suena un tanto contradictorio?
Las sensaciones que el cuerpo es capaz de experimentar son infinitas, tienen múltiples coloraciones e intensidades, pero no son excluyentes. En el hospital se padecen sufrimientos temibles, pero también se vive momentos de deleite y alegría.
- ¿Crees que el hecho de que los médicos nunca hablaran contigo de tu forma de concebir el sexo, pero se preocuparan en cambio de tu capacidad reproductiva, parte de una visión utilitarista de la vida de una mujer?
La omisión del sexo es un elemento esencial en la identidad angélica que se le asigna al enfermo de cáncer (al oncocuerpo). Eso, sin embargo, no excluye que la competencia reproductiva sea objeto de medicalización, especialmente en el caso de las mujeres. Al fin y al cabo, estamos lejos de librarnos de esa visión utilitarista de las mujeres de la que hablas.
En el libro explico que, en el tiempo que duró el tratamiento contra el linfoma, fui sometida además a un ensayo clínico (a un tratamiento extra) para preservar mi fertilidad, que desgraciadamente no funcionó. Mi terapia incluyó la supervisión de un ginecólogo que, desde luego, veía en mí un sistema reproductivo en apuros.
Sin duda, los esquemas narrativos de la ginecología mayoritaria incluyen la maternidad como un momento climático en la vida de la mujer, en torno al cual se ordenan los demás. La contranarrativa de una mujer que no quiere o que se acomoda a no poder ser madre es todavía costosa de defender; es el proyecto femenino no normativo, el marcado, el que contiene una renuncia, una resta.
- De hecho, producto de la quimioterapia, perdiste tu cualidad de mujer supuestamente fértil. Pero a pesar de lo doloroso que fue para ti te negaste a que tu cuerpo fuese “otra vez intervenido” con técnicas de fecundación asistida. Si técnicamente era posible, ¿por qué no aceptar ese regalo del progreso médico? ¿De qué depende decir a ésto sí y a ésto no? ¿Dónde está el límite de medicalización aceptable?
Mi rechazo a la fecundación artificial tiene que ver con la negativa a que más facetas de mi cuerpo sean colonizadas por la clínica, a sentir más dolor provocado por una nueva terapia. Contiene, igualmente, la aceptación positiva de mi historia, de mis cicatrices. Un cierto orgullo de ovarios incapaces, en contestación al útero ávido de gestar que me impone ser la ginecología.
En efecto, la posibilidad de ser madre a pesar de sufrir un fallo ovárico prematuro, como es mi caso, es un regalo para muchas mujeres. Ni mi historia ni mis decisiones pretenden ser ejemplares. Yo misma no descarto acabar desdiciéndome: ese es el regalo que recibo de mi cuerpo a través del tiempo.
- Defines tu cáncer como “un cuerpo” dentro de tu propio cuerpo. “Algo que es tan yo como yo misma”. Tu cuerpo también. ¿Te ayudó eso a entender lo que te pasaba o era una mera reacción para adaptarte a la nueva situación que te planteaba el diagnóstico?
Entender que el cáncer es tan yo como yo misma no es una licencia poética ni una transgresión gratuita. Es una aceptación, una reafirmación, de aquello que soy.
En oposición al mito que concibe al cáncer como invasor en un cuerpo primoroso, me impongo entenderme de forma comprensiva y justa, asumo que el cáncer es un compuesto de células que son tan mías como las virtuosas. Me responsabilizo. Desde luego, esa manera de pensarme me ayuda a pacificarme con mi historia, repleta de encantos y de desdichas.
- ¿A qué te refieres cuando dices que desconfías de “la lucha CONTRA el cáncer que va más allá de la búsqueda sosegada y ética de una cura”?
Me refiero a esa lucha que prioriza acabar con la enfermedad a expensas del enfermo y, sobre todo, aquella que está fundamentada en un discurso sobre el cáncer que encierra y ahoga al individuo, que le lleva a odiarse a él mismo. 
Criminalizar ciertas conductas, hacer desconfiar de los propios genes, imponer la felicidad como fin en sí misma, acaban por empujar al enfermo a culpabilizarse de su situación. Le arrastran al sufrimiento, a atormentarse y a rechazarse.

Los “grupos de riesgo” son una abstracción (a la que se suele dar usos perversos), que condena al individuo; son el estigma que hemos inventado en nuestra época.

- Hablas de la construcción socialmente aceptada de un versión idealizada, casi angelical, de lo que denominas ‘oncocuerpo’ (“cuerpos que han sido diagnosticados de cáncer y que reciben tratamiento clínico para combatirlo”), que “muestra al enfermo ocultando la enfermedad”. Y te rebelas contra el uso publicitario de esta imagen. ¿De dónde procede esta noción y qué fines persigue?
Llegué al concepto del “oncocuerpo” cuando pensaba en los patrones narrativos que se esconden tras los relatos del cáncer. Me pareció que había un modo de representar al enfermo que era común, y a ese tipo, a esa idealidad, le llamé “oncocuerpo”.

 El oncocuerpo tiene asignadas características físicas concretas, roles en el relato muy establecidos y cerrados, y ciertos derechos y obligaciones. Esas propiedades son el conjunto de expectativas que la sociedad tiene de los enfermos de cáncer.
Tal representación ficticia es usada sin sonrojo en televisión, para vender todo tipo de productos, para contar historias lacrimógenas. Se explota su lado conmovedor, pero sobre todo se emplea obscenamente el miedo general a la enfermedad y el amor que nuestra época profesa por las historias de superación (del triunfo y el dominio sobre la vida). Salirse del esquema narrativo consagrado es difícil, supone una resistencia.

 - Cuando afirmas que el enfermo de cáncer tiene el imperativo de deber luchar contra su enfermedad “hasta el final”, que “rendirse está vetado”, eres intencionadamente dura: es una idea que va contracorriente, que en cierta manera es políticamente incorrecta.
De eso hablo, justamente, cuando digo que proponer una narrativa alternativa (una identidad del enfermo distinta, un curso diferente de los acontecimientos) es un acto de resistencia. Se percibe como políticamente incorrecto todo aquello que cuestiona, que crea espacios de discusión, de réplica, de contradicción.

En mi libro quise contestar a la obligación de luchar (que es transmitida al enfermo desde la clínica, pero también por boca de sus amigos y su familia, en la televisión y en la literatura para enfermos de cáncer). Quise criticar ese discurso que reprende al que se rinde, considerándolo un cobarde. En una época vitalista como la nuestra, ir contra la tiranía de la vida crea alarma.
- Afirmas que “en el hospital las máquinas tienen la última palabra, los aparatos que miden y muestran los cuerpos son el alto tribunal”. Es el triunfo de la máquina sobre el hombre. ¿Ganaron las máquinas o los clínicos entregamos las armas?

 La lógica de las máquinas (las matemáticas en combinación con la tecnología informática) se han convertido en una instancia de creación de poder y, por tanto, de discurso y, en definitiva, de verdad. Esa situación no es inmutable —nada lo es—, y es bien seguro que acabaremos pudiendo hacer un análisis profundo del funcionamiento de esa lógica, entrar en diálogo con ella, cuestionarla. Es un reto que requiere un trabajo sofisticado de pensamiento, de interdisciplinariedad.
- El verano pasado visité por motivos de trabajo con un colega Bogotá. En los barrios residenciales y turísticos había patrullas por doquier de policía urbana, municipal, estatal, militar y hasta seguridad privada. En los barrios más periféricos ni osaban entrar. Sin embargo, me sentía menos seguro en los primeros que en los segundos. Supongo que es algo parecido a lo que te ocurría a ti (“¿Por qué el estricto control médico tendría que suponer un alivio y no una condena?”).

 Exacto. La presencia de la clínica (sobre todo, cuando es tan radical como en mi caso) es un estado de sitio. Tu cuerpo en el hospital es una ciudad tomada. Contrariamente, la intervención médica se percibe como un alivio, sobre todo por las personas bienintencionadas que rodean al enfermo. Para ellos, es como si por fin las fuerzas del orden hubieran tomado las riendas, a partir de lo que ya todo puede mejorar. En esa lectura esperanzada, los médicos actúan como un “deus ex machina”.
El enfermo se debate entre la idea del médico-solución y el médico-presencia ante el infortunio. Si bien la medicina cura, está lejos de hacerlo de forma liviana, de deshacer el entuerto mágicamente. La intervención médica siempre deja secuelas, se cobra un precio. En mi libro, cuento dos episodios de muertes jóvenes, un suicidio y un accidente mortal: cuento que, cuando ambas se produjeron, tardaron muy poco en aparecer en escena las autoridades sanitarias y policiales. Estas son un invariable en las situaciones límite, una instancia normativa, de certificación, de control. Personajes permanentes cuando la situación se complica. Son parte de la compleja maquinaria con que nos hemos dotado para gestionarnos.

 - El libro es una “crítica atemperada de la práctica médica, que reconoce sus éxitos pero que recuerda también sus fracasos, sus miserias y sus limitaciones, que evidencia su servidumbre a la moralidad o a los intereses económicos de las élites”. ¿Está la sociedad preparada para entender o, más allá aún, aceptar estos límites, esta crítica?
Sin duda. Cualquier discurso emancipatorio siempre es un trabajo costoso, una carrera de fondo. Pero merece la pena y, antes o después, da frutos.

- ¿Qué te gustaría que pensaran o aprendieran de tu libro los médicos que te trataron del cáncer (y en general los demás profesionales sanitarios)?

 Mi libro es un relato de proviene de un espacio alternativo, creado por mí a partir de mi vivencia, para el que recurro a mi bagaje cultural e intelectual. Me conformo con presentar la vivencia del cáncer desde otro punto de vista, con plantear preguntas, descubrir dilemas. Me planteé el libro con la voluntad de devolver la mirada a la maquinaria médica, así que lo que les descubre mi libro a los profesionales de la salud es que un paciente es también un punto de vista.


Extraído de nogracias

miércoles, 1 de octubre de 2014

Sigue el debate sobre los riesgos y beneficios de las mamografías



El debate sobre los riesgos y beneficios de mamografías vuelve al centro de la polémica. Una de las últimas investigaciones, publicada el pasado mes de abril, concluye que "aunque esta prueba de screening salva la vida de algunas mujeres que padecen cáncer de mama, es cierto que también detectan demasiados tumores que no ocasionan problemas por sí solos".
"A más pruebas para detectar el cáncer, más cáncer encontramos", dijo Nancy Keating, autora principal del estudio que analiza décadas del uso de la mamografía, a The Wall Street Journal. "Los beneficios de las mamografías son importantes, pero sus daños potenciales pueden ser mayores de lo que se creía, lo que se debería hacer es animar a los médicos y a las pacientes a tomar decisiones acerca de cómo elegir de forma individualizada las pruebas diagnosticadas y los tratamientos", prosiguieron los autores en su estudio.
Los resultados salen a la luz tras otros dos informes, uno elaborado en Canadá con 90.000 mujeres y otro publicado en el British Medical, que concluyeron "que las mamografías ocasionan que las mujeres se sometan a tratamientos innecesarios como radioterapia, quimioterapia, terapia inmunológica y cirugía, cuyos efectos secundarios pueden durar años". "Estas pruebas no reducen la mortalidad por cáncer de pecho más de lo que lo hacen las exploraciones físicas o el cuidado, y tampoco son una ventaja a la hora de detectar un cáncer de mama, que es tan pequeño que casi no se puede sentir al tacto", explicaba la investigación realizada en Canadá.
Este último estudio, publicado en el Journal of American Medical Association y realizado por investigadores de Harvard Medical School and Brigham and Women’s Hospital (Boston), ha analizado décadas de ensayos y estudios sobre mamografías desde los años sesenta, con el fin de calcular los beneficios y los perjuicios que provocan en las mujeres en distintas edades.
Los resultados muestran que las mamografías reducen la mortalidad global por cáncer de mamá un 19%. Pero también han concluido que otro 19% de los tumores encontrados tras 10 años de mamografías fueron sobrediagnosticados, lo que significa que nunca hubieran sido dañinos por sí solos, continúa el informe. Las mujeres menos beneficiadas por esta prueba de screening, prosigue el estudio, son las más jóvenes. Se estima que de que cada 10.000 mujeres de 40 años que llevan haciéndose mamografías desde hace 10, solo 190 serán diagnosticadas con cáncer de mama.
De ellas, continúa la investigación, 25 morirán, a pesar de someterse a distintos tratamientos, pero 36 habrán sido tratadas de forma innecesaria, porque el tumor hallado no era un riesgo para su vida. En cuanto a las mujeres con 50 años, la investigación concluye que 10 morirían por este tumor maligno de cada 10.000 que se someten a la prueba anualmente durante 10 años. En las de 62 años, 42 fallecerían. En cambio, 137 mujeres en la década de los cincuenta y 194 en la de los sesenta, serían diagnosticadas y tratadas sin necesidad.
Además, los investigadores descubrieron que el riesgo acumulado de un falso negativo era de cerca del 61% para las mujeres en sus cuarenta y cincuenta años, lo que llevaría a tratamientos innecesarios de cirugía, quimioterapia y radioterapia. Ciertos medicamentos de quimioterapia, por ejemplo, dañan el corazón y aumentar el riesgo de fallecer por enfermedad cardíaca. Y ninguno de los trabajos estudiados pudo determinar si las mamografías reducían el riesgo de morir de una mujer por cualquier causa.
La conclusión de que algunos cánceres se sobretratan es muy polémica, y los más críticos señalan que, “estudios como este”, solo se basan en estimaciones estadísticas. Es muy difícil, incluso, para los científicos determinar si los tumores precancerosos, conocidos como carcinoma ductal in situ, pueden llegar a convertirse en malignos, por lo que casi siempre se tratan de forma agresiva.
En EE UU cada año se realizan cerca de 37 millones de mamografías, a un coste medio de 100 dólares cada una, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). Cerca de tres tercios de las mujeres de 40 años o más se sometió a una en 2012. Cerca de 225.000 mujeres son diagnosticadas con cáncer de mama en la nación cada año, de ellas, 40.000 mueren, según datos oficiales. Esta prueba de detección le supone un gasto de 8.000 millones de dólares anuales al Gobierno de EE UU, según explica The Washington Post.
Las dudas sobre la efectividad de las mamografías están encima de la mesa en EE UU desde el año 2009, cuando el US Preventive Services Task Force cambió las recomendaciones sobre su uso. Aquel año, las autoridades sanitarias de la nación decidieron que fueran las mujeres de 50 años, y no las de 40 años, las que se sometieran a esta prueba diagnóstica una vez al año.

Extraído de El País.com

Fotografía: Reuters

 

viernes, 26 de septiembre de 2014

El prolongado "efecto Angelina" sobre el cáncer de mama


 
En mayo de 2013 la actriz Angelina Jolie anunció que se había sometido a una doble mastectomía debido a que es portadora de una mutación en el gen BRCA1, gen que predispone a padecer cáncer de mama. Después la cantante Anastacia declaró que ella también se había sometido a esta intervención debido a su riesgo de cáncer de mama. Desde entonces, lo que algunas conocen como el «efecto Angelina» en Reino Unido se han duplicado el número de consultas y de pruebas genéticas para el cáncer de mama, asegura un estudio que se publica en «Breast Cancer Research».
La investigación ha recabado información de una base de datos de 21 centros y muestra que muchas más mujeres han acudido a sus médicos para consultarles sus dudas sobre este tema. La noticia positiva es que la mayoría de éstas tenían motivos reales –antecedentes familiares- para hacer la consulta médica. De hecho, según el documento muchas se sometieron a pruebas y consejos genético porque lo necesitan y no se había creado, como se pensaba en un principio, un efecto no deseado.
 
Mutación genética
La mutación BRCA1 se hereda de uno de los progenitores y es la causa de al menos el 10% de los cánceres de mama. Las mujeres que son portadoras de esta mutación tienen entre 45% y 90% de riesgo de desarrollar cáncer de mama durante su vida. Las recomendaciones aconsejan que si se tiene historial familiar de cáncer de mama y un familiar con cáncer de mama es necesario que reciba asesoría genética. En el Reino Unido, poco después de que Angelina Jolie anunciara su decisión, se publicó un documento en el que recomienda que sólo las mujeres que tengan riesgo de desarrollar cáncer de mama deben ser derivadas a la realización de pruebas genéticas.   
Lo que este trabajo constata es que el impacto del anuncio de Jolie no ha sido transitorio, sino que meses después muchas mujeres siguen buscando información sobre este tema. En concreto, en este estudio se aprecia un aumento del doble en cuanto a las consultas sobre asesoramiento genético en cáncer de mama si se compara con el mismo periodo del año anterior, 2012.
Los investigadores creen que el anuncio de Angelina Jolie ha provocado que muchas personas sean más conscientes de los riesgos de una historia familiar de cáncer y sobre qué estrategias se puede adoptar para mitigar los riesgos. «Es posible que el caso de Angelina Jolie haya tenido un impacto más grande que otros casos conocidos, probablemente debido a su imagen de mujer glamorosa y fuerte», asegura Gareth Evans, autor del trabajo. Su mensaje, añade ha reducido los temores de muchas pacientes sobre la pérdida de «identidad sexual después de la cirugía y ha alentado a muchas mujeres a informarse sobre este tema».
Ana Patiño, de la Unidad de Genética Clínica de la Clínica Universidad de Navarra (CUN), subraya el hecho de que gracias al «efecto Angeline» muchas mujeres saben que existen tratamientos preventivos para evitar el cáncer si tienen riesgo.
Explica Patiño que el 80% de los casos de cáncer son esporádicos; del 20% restante, un 15% es familiar, «aunque no hay causas genéticas identificadas», y el 5% es hereditario: asociado a dos genes principalmente, BRAC1 y BRAC2, pero también a Check2 y Palb2. Las pruebas genéticas se hacen para identificar los dos primeros genes, aunque en algunos centros como el Patiño, también los otros dos. Ahora bien, comenta Graña, «es preciso identificar qué personas son candidatas a la pruebas genéticas».

Criterios definidos
Y para eso hay unos criterios definidos: tener un caso de cáncer de mama con menos de 40 años; cáncer de mama y cáncer de ovario en la misma paciente, a cualquier edad; dos o más casos de cáncer de mama, uno de ellos diagnosticado con menos de 50 años, o bilateral –ambas mamas-; un caso de cáncer de mama diagnosticado con menos de 50 años o bilateral, y un cáncer de ovario en un familiar de primer o segundo grado; tres casos de cáncer de mama u ovario (al menos uno de ovario), en familiares de primer o segundo grado; dos casos de cáncer de ovario en familiares de primer o segundo grado, y un caso de cáncer de mama en varón, y otro caso de cáncer de mama (varón o mujer) u ovario en un familiar de primer o segundo grado.
 
Extraido de ABC.es

 
 

lunes, 22 de septiembre de 2014

La soja podría tener un efecto estimulante sobre el desarrollo del cáncer de mama


 
Muchas mujeres creen que la administración de suplementos de soja es beneficiosa para prevenir o tratar el cáncer de mama, al menos en Estados Unidos. Sin embargo, un nuevo estudio que publica Journal of the National Cancer Institute sugiere que la soja podría ejercer un efecto adverso sobre el cáncer de mama. El impacto del consumo de soja en la prevención y el tratamiento del cáncer de mama no está claro.
Esta investigación muestra que la administración de suplementos de soja altera la expresión de genes asociados con el cáncer de mama, aumentando la preocupación de que la soja podría tener efectos adversos sobre estos tumores. La soja puede ejercer un efecto estimulante sobre el cáncer de mama en un subgrupo de mujeres.
Para aclarar este tema, Moshe Shike, del Departamento de Medicina en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center y el Weill Cornell Medical College (Estados Unidos), y sus colegas realizaron un estudio aleatorio controlado con placebo sobre los efectos de los suplementos de soja en la expresión de genes y marcadores de riesgo de cáncer de mama entre las mujeres diagnosticadas con cáncer de mama invasivo.
El trabajo, dirigido entre 2003 y 2007, implicó a un total de 140 pacientes que fueron asignados al azar a la administración de suplementos de soja (proteína de soja) o placebo (proteína de la leche), desde la consulta quirúrgica inicial hasta el día antes de la cirugía. A continuación, se analizaron los tejidos tumorales de la biopsia de diagnóstico (pretratamiento) y en el momento de la resección (postratamiento) y se observaron cambios en varios genes que promueven la progresión del ciclo celular y la proliferación celular entre las mujeres en el grupo de soja. "Estos datos plantean la preocupación de que la soja puede ejercer un efecto estimulante sobre el cáncer de mama en un subgrupo de mujeres", concluyen los autores.
Según escribe V. Craig Jordan, doctor en Ciencias del Departamento de Oncología en el Centro de Cáncer de la Universidad de Georgetown, en el editorial que acompaña a la publicación, este estudio "ilustra los peligros del consumo de fitoestrógenos demasiado pronto, alrededor de la menopausia, pero la biología de estrógeno en condiciones de privación de estrógeno sugiere que los fitoestrógenos podrían tener un beneficio una década después de la menopausia".

 Extraído de 20 minutos.es

 

jueves, 18 de septiembre de 2014

La alimentación anticáncer según el Dr. Franco Berrino del Instituto Nacional de Tumores de Milano


 
En esta entrevista se recoge un buen resumen de lo que podría ser una alimentación saludable que ayuda a vencer el cáncer.
Comemos demasiadas proteínas, tomamos demasiado azúcar, tenemos que reducir el consumo de carne roja y carne procesada, hay que consumir sólo la fruta de temporada…. Este es el resumen del programa de Singulars en el que vino como invitado especial el doctor Franco Berrino, director del Departamento de Medicina Preventiva del Instituto Nacional de Tumores de Milano, un hombre que ha trabajado incansablemente para divulgar la manera cómo una alimentación adecuada puede ayudar a prevenir enfermedades como por ejemplo el cáncer.
Estos son algunos de sus consejos:
Reducir el consumo de carne: hay que reducir el consumo de carnes rojas y evitar el consumo de carnes procesadas como embutidos o frankfurts. Los que comen carnes procesadas tienen el doble de riesgo de contraer este tipo de cánceres que los que no comen. Además, la carne roja es muy rica en hierro, un tipo de hierro con capacidad oxidante y favorece la formación de sustancias cancerígenas al intestino.
Reducir el consumo de proteína en general: Comemos demasiadas proteínas. Las personas que hacen dietas hiperprotéicas se adelgazan, pero después, sistemáticamente, se vuelven a engordar. Además, son dietas muy tóxicas, intoxican el cerebro, que es el centro del apetito. Las recomendaciones actuales sugieren que deberíamos de asegurar una ingesta diaria de 0,8 gramos de proteína por quilo de peso al día. En nuestra sociedad comemos el doble de las que se necesitan. Es mejor consumir pescado y legumbres.
Reducir el azúcar refinado: A comienzos del siglo XX se comían 5 kg de azúcar por persona al año. Actualmente se calcula que consumimos 50 kg por persona en un año. Comer demasiado azúcar hace subir el nivel de glucosa en sangre y producimos demasiada insulina. Cuando la insulina sube demasiado, hay efectos colaterales: se producen demasiadas hormonas sexuales, y en las mujeres, un exceso de hormonas sexuales favorece un mayor riesgo de aparición de cáncer de mama. Todos los estudios indican que las mujeres que comen muchos azúcares y alimentos refinados que hacen subir los niveles de insulina tienen el doble de riesgo de desarrollar un cáncer de mama respecto a las mujeres que comen menos azúcares. Y las mujeres que tienen o han tenido cáncer de mama tienen un riesgo más alto de desarrollar metástasis si tienen muy altos los niveles de insulina. En el caso de los niños deberíamos evitar que consumieran tantas golosinas. Hay una presión comercial muy grande pero hay que ayudarles a que aprecien alimentos con dulces naturales. Podemos hacer dulces caseros como por ejemplo: mezclar harina de almendra con manzana cocida y un poquito de sal y semillas de sésamo. Se hacen bolitas y se ponen al horno.
Reducir el consumo de lácteos: Es importante amamantar los niños, la leche materna es el alimento más importante para los niños. Pero pasada la etapa infantil, la leche ya no es necesaria. A principios del siglo pasado, cuando los niños estaban desnutridos y tenían falta de vitamina D, se daba un vaso de leche a la escuela. Era útil porque la leche de vaca es muy rica en proteínas. Pero ahora nuestros niños están muy nutridos, no necesitan tanta leche. Beber leche cada día aumenta el riesgo de sobrepeso y obesidad. El consumo de leches y quesos son un factor de riesgo de obesidad y sobrepeso. Los niños amamantados con leche artificial es más fácil que engorden y también con leche de vaca.
Calcio y menopausia: Se recomienda comer mucho queso para paliar los efectos de la menopausia, pero no hay ningún estudio científico que demuestre la utilidad de tomar leche o queso para la salud de los huesos. Lo que favorece la aparición de osteoporosis es que comemos demasiadas proteínas. Comer más proteínas significa perder calcio de los huesos. Las proteínas tienen demasiados aminoácidos, acidifican la sangre y los huesos ceden sales de calcio para compensar la acidez que provocan las proteínas. Las proteínas animales son más ácidas que las proteínas vegetales. Los estudios demuestran que quién come mucha carne tiene más fracturas, y que quién come mucho queso no tiene menos fracturas. El queso tiene mucho calcio pero es un concentrado de proteína, por lo que acidifica el organismo y, por lo tanto, no es útil para los huesos. Seguramente lo que pasa es que hay muchos intereses.
Beber cuando se tiene sed: si basamos la dieta en alimentos vegetales con variedad de cereales no refinados, legumbres, frutos secos, y fruta de temporada, no hace falta beber los 2 litros de agua que siempre se ha recomendado. En cambio, si comes mucha carne, muchos embutidos, evidentemente tendrás más sed y será mejor beber más agua. Porque la gente está hinchada, sufre de piernas hinchadas…
Consumir fruta de temporada: Es mucho más importante comer cereales, verduras y legumbres que fruta. Antes se comía la fruta de temporada y ahora comemos fruta todo el año. Tenemos que respetar la natura y comer fruta cuando es la temporada. Cuando hace calor la fruta ayuda a enfriar el organismo; en invierno si comemos mucha fruta tendremos más frío. Ahora se come fruta todo el año y debemos respetar la naturaleza del hombre.
La fibra vegetal: El consumo de fibra vegetal es muy protector para el organismo. Si se comen alimentos ricos en fibra hay menos enfermedades del corazón, diabetes, cáncer, enfermedades pulmonares o del aparato digestivo y enfermedades infecciosas. Las fibras que protegen más son las fibras de los cereales y la verdura. La fibra de la fruta casi no protege.
Los cereales: Los cereales han sido el alimento básico de la humanidad hasta épocas recientes. ¿Qué comía la gente antes de la revolución industrial? ¿Antes de la globalización? El trigo, el pan, la avena, eran la base de la alimentación. Al norte de África se come todavía el cuscús con garbanzos, el mijo con cacahuetes; en Oriente, el arroz y productos de soja. Todos los pueblos en todo el mundo se alimentaban de cereales, legumbres y verduras. Tenemos que recuperar las recetas tradicionales. Mejor comer el cereal que las harinas.
Consejos para la vida diaria: No fumar, hacer actividad física media hora, basar la alimentación diaria en productos vegetales de temporada, los cereales y legumbres, la fruta y la verdura. Evitar las bebidas azucaradas y los embutidos. Comer carne sólo 2 veces a la semana como mucho.


martes, 16 de septiembre de 2014

La radioterapia para el cáncer de mama aumenta el riesgo de cardiopatía isquémica




 
Estar informados de los tratamientos que recibimos es muy importante, sobre todo cuando los efectos de estos pueden ser tan severos…Yo firme el consentimiento para el tratamiento sin mirar la documentación y nadie más me informó de nada, ni sobre la radioterapia, ni sobre la hormonoterapia. Solo me hablaron de cosas banales, que si la higiene de la piel, que si la hidratación, la exposición al sol, etc. En fin, aunque el colectivo médico debiera de informar detenidamente de los efectos secundarios de los tratamientos oncológicos, también fue responsabilidad mía no permanecer en la ignorancia.


Los ensayos aleatorizados han demostrado que la radioterapia para el cáncer de mama utilizada en etapas tempranas puede reducir las tasas de recurrencia y de muerte por cáncer. Sin embargo, la radioterapia también implica una cierta exposición incidental del corazón a la radiación ionizante que podría aumentar el riesgo de cardiopatía isquémica. Aunque los esquemas de tratamiento se han ido modificando, en la mayoría de las mujeres, el corazón sigue recibiendo una dosis de 1 a 5 Gy, y varios estudios han sugerido que la exposición a este nivel puede causar cardiopatía isquémica.
Para aclarar el efecto de la radiación ionizante sobre el desarrollo posterior de cardiopatía isquémica, se realizó un estudio poblacional de casos y controles en mujeres que recibieron radioterapia para el tratamiento del cáncer de mama. Se definió evento coronario como la ocurrencia de infarto de miocardio, revascularización coronaria o muerte por enfermedad isquémica del corazón. Se analizaron 2.168 mujeres que se sometieron a radioterapia para el cáncer de mama entre 1958 y 2001 en Suecia y Dinamarca, el estudio incluyó 963 mujeres con eventos coronarios mayores y 1.205 controles, seleccionados aleatoriamente entre la población elegible. La información de las pacientes se obtuvo de los registros hospitalarios. Para cada mujer, las dosis de radiación promedio sobre todo el corazón y sobre la arteria coronaria descendente anterior, se estimaron a partir de la tabla de radioterapia.
El promedio de dosis media sobre todo el corazón fue de 4,9 Gy (rango: 0,03 a 27,72). Las tasas de eventos coronarios mayores se incrementaron linealmente con la dosis media sobre el corazón en un 7,4% por Gy (IC 95% 2,9 a 14,5; p <0,001), sin umbral aparente. El aumento del riesgo comenzó en los primeros 5 años después de la radioterapia y continuó en la tercera década tras la misma. El aumento proporcional en la tasa de eventos coronarios por Gy fue similar en mujeres con y sin factores de riesgo cardiaco en el momento de la radioterapia.
Con estos datos los autores concluyen que la exposición del corazón a la radiación ionizante durante la radioterapia para el cáncer de mama aumenta la tasa posterior de la enfermedad isquémica del corazón. El aumento es proporcional a la dosis media sobre el corazón, comienza unos pocos años después de la exposición, y se prolonga durante al menos 20 años. Las mujeres con factores de riesgo cardiacos preexistentes tienen mayores aumentos absolutos en el riesgo de radioterapia que otras mujeres.
Comentario
El cáncer de mama es el cáncer más común en las mujeres de todo el mundo, con más de 1 millón de nuevos diagnósticos cada año, y con tratamiento, la supervivencia global a los 5 años es de aproximadamente 90%, con la mayoría de pacientes recibiendo radioterapia como parte del tratamiento. Actualmente la dosis media de radiación en el corazón de la radioterapia para el cáncer de mama es alrededor de 1 o 2 Gy para el cáncer de la mama derecha. Para la enfermedad de la mama izquierda, las dosis son generalmente más altas, pero varían ampliamente. Estos resultados son relevantes, ya que permiten estimar el riesgo de cardiopatía isquémica secundaria en una mujer que recibe radioterapia por cáncer de mama. Dicho riesgo absoluto se debe balancear con la reducción absoluta en el riesgo de recurrencia o mortalidad por cáncer de mama que se logra con la radioterapia. Los porcentajes de aumento en el riesgo por cada unidad de aumento en la dosis media de radiación al corazón son similares para las mujeres con y sin factores de riesgo cardiacos preexistentes, por lo que el riesgo absoluto de cardiopatía isquémica con la radiación es mayor para las mujeres con factores de riesgo cardiacos preexistentes que para otras mujeres.
Referencia
Risk of Ischemic Heart Disease in Women after Radiotherapy for Breast Cancer
Sarah C. Darby, Marianne Ewertz, Paul McGale, Anna M. Bennet, Ulla Blom-Goldman, Dorthe Brønnum, Candace Correa, David Cutter, Giovanna Gagliardi, Bruna Gigante, Maj-Britt Jensen, Andrew Nisbet, Richard Peto, Kazem Rahimi, Carolyn Taylor and Per Hall.
N Engl J Med 2013; 368:987-998.
 

 

 

jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Qué pasa con el sexo si tengo cáncer de mama?


 


Casi nunca se habla de la sexualidad tras un cáncer de mama… Los cambios que se producen son muy rápidos y antinaturales. En mi caso estoy aprendiendo a aceptar dichos cambios y a no juzgarlos como negativos, a sentir que hay nuevas posibilidades por explorar, a abrir mi mente y mis sentidos para vivir la sexualidad desprendiéndome de los parámetros y prejuicios que educacionalmente me han inculcado.
Los expertos lo dicen, las investigaciones lo avalan, y la realidad lo demuestra: cáncer y sexo no son incompatibles. Lo importante es abordar el problema de frente y no mantenerlo en silencio. Es importante tener en cuenta estas premisas ya que ciertos fármacos, como son los inhibidores de aromatasa, pueden tener efectos negativos en la sexualidad.
Los inhibidores de aromatasa son una clase de fármacos que se utilizan normalmente para tratar, entre otros, el cáncer de mama en mujeres postmenopáusicas. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que pueden tener efectos negativos en la sexualidad. Ahora, una reciente investigación publicada en Journal of Sexual Medicine ha querido abordar si existen este tipo de problemas durante los dos primeros años del tratamiento y si, además, estos problemas conducen o no, al abandono del tratamiento.
Las conclusiones señalan que la mayoría de estas mujeres presentan problemas sexuales que causan angustia y son difíciles de resolver, sin embargo, la mayoría de ellas sigue con el tratamiento y una minoría cesa su actividad sexual. Desglosando un poco más los resultados, se muestra que de las 129 mujeres (tenían 63 años de edad media) que respondieron los cuestionarios, el 93% se mostró disfuncional, según una escala de medición sexual. Y de ellas, el 75% sentía angustia por estos problemas. Bien es cierto que, según este estudio, antes de empezar el tratamiento con inhibidores de aromatasa, sólo el 52% de las mujeres eran sexualmente activas. De ellas, casi el 80% desarrolló un problema sexual, pero más de la mitad (52%) tomaron medidas para resolverlo.
Los hallazgos de esta investigación concuerdan bastante con lo que sucede en la realidad de las consultas. La doctora Laura García Estévez, responsable de la Unidad de Mama de HM Sanchinarro (Madrid), afirma que, efectivamente, existen ciertos problemas. "A la consulta, las mujeres suelen venir quejándose de sequedad vaginal, que les impide tener relaciones sexuales satisfactorias y, en ocasiones, también de perdida de la libido".
Por su parte, Margarita Feyjóo, jefe de Servicio Oncología del Hospital Sanitas La Moraleja, mantiene que "si entendemos la disfunción sexual como la dificultad durante cualquier etapa del acto sexual, tanto para realizarlo como para disfrutarlo, las disfunciones que pueden experimentar estas mujeres pasan desde una disminución de la libido, disminución de excitación sexual, rechazo al contacto físico, sequedad vaginal con relaciones difíciles y dolorosas, y trastornos del orgasmo".
Aproximadamente, un 55-65% de los cánceres de mama son hormonosensibles, explica García Estévez. Es decir, son tumores que, en cierta medida, se alimentan de los estrógenos que las mujeres tenemos en sangre. Por tanto, estas pacientes serán susceptibles a recibir un tratamiento basado en inhibidores de la aromatasa. No obstante, aclara la especialista, hay que puntualizar que sólo las mujeres postmenopáusicas son las que pueden recibir estos tratamientos. Estamos hablando de un porcentaje elevado ya que actualmente, el cáncer de mama todavía sigue siendo más frecuente en mujeres de edades avanzadas.
"Prácticamente, todas las mujeres postmenopáusicas con cáncer de mama con receptores hormonales reciben en algún momento tratamiento con inhibidores de la aromatasa", comenta Feyjóo. Sin duda, y por regla general, la menopausia hace que las mujeres experimenten cambios físicos y emocionales que afectan a su sexualidad. En las pacientes con cáncer de mama y en tratamiento con los fármacos mencionados, los cambios de la menopausia, mantiene esta facultativa, son mayores. Pero la reflexión debe ser la misma que para las mujeres sanas que inician su menopausia. La clave, dice, es querer: "Cada mujer debe plantearse si desea seguir una vida sexual activa y, si es así, habrá que solucionar los problemas si existen. Lo primero es la reflexión personal, después reconocer si hay problemas y por último, pedir ayuda para identificar éstos y solucionarlos".
Sexo y cáncer son compatibles
Pese a todo, es muy importante que las personas con esta enfermedad sepan que sexo y cáncer son compatibles. Tal como indica Vanesa Jorge, psicooncóloga de la Asociación Española contra el Cáncer (Aecc), en primer lugar, las pacientes deben conocer las consecuencias de los tratamientos y de la situación emocional que están atravesando, ya que después de un tiempo los tratamientos pueden desaparecer. En segundo lugar, saber que pueden mantener relaciones sexuales satisfactorias, aunque puedan haber cambiado determinados aspectos de su sexualidad. "Sea cual sea el tratamiento de su cáncer, la sensibilidad sexual permanece casi siempre", afirma.
Bien es cierto que cada mujer es un mundo y vivirá su sexualidad de forma particular pero, sobre todo, en base a cómo haya sido antes del tratamiento, "a la que era antes del diagnóstico, de su relación de pareja hasta ese momento, de su relación consigo misma y de su concepto propio de la sexualidad", señala Feyjóo. La sexualidad siempre cambia pero también es verdad que es un aspecto que, por regla general, reparan en él cuando ya han asimilado el diagnóstico y han superado la quimioterapia, si se administra.
"Cuando la mujer empieza recomponerse, empieza a considerar de nuevo su vida sexual de verdad y a ser consciente de los cambios. Para la mayoría hay algún problema pero, sólo una minoría, decide activamente enfrentarse a ellos y solucionarlo", explica esta profesional.
Lo fundamental, por tanto, es tratar el tema, no es esconderlo. "Casi un 50% de las mujeres con cáncer de mama tiene algún tipo de disfunción sexual. Bien promovida por el tratamiento, por el cambio en la imagen corporal o por el propio diagnóstico de cáncer. Por lo que es un tema hay que hablarlo en la consulta. En primer lugar, para que sepa que es algo normal y no es ningún bicho raro", comenta por su parte García Estévez. El silencio es el peor enemigo de una sexualidad sana y placentera. Según comenta Jorge, la comunicación es crucial: "Compartir los sentimientos, expresar las preocupaciones, así como las preferencias, les ayudará a tener unas relaciones más satisfactorias".
Por su parte, aquellas pacientes que no tienen pareja estable suelen sentir mucha inquietud acerca de una posible relación sexual y pueden aislarse por temor al rechazo. En estos casos, recomienda la experta de la Aecc, "deben recordar hay que valorarse por quienes son y no por lo que les ha pasado, tomarse un tiempo y cuando lo consideren oportuno, intentar iniciar relaciones que le resulten satisfactorias".
 
Extraído de El Mundo