Las dietas poco saludables son un riesgo mayor para la
salud mundial que el tabaco”, ha afirmado Olivier de Schutter, relator especial de Naciones Unidas para la
Alimentación. “De la misma manera que el mundo se ha unido para regular los
riesgos del tabaco, debe llegarse a un acuerdo marco sobre dietas adecuadas”,
ha añadido Schutter ante la inauguración, pasado mañana, del encuentro Hacia
una Convención Mundial para Proteger y Promover las Dietas Saludables de la
organización Consumers International. Los últimos datos de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) indican que la obesidad es responsable de 3,4 millones
de muertes al año, y que hay 1.400 millones de personas con sobrepeso.
“Los Gobiernos han puesto el foco en aumentar la cantidad de calorías disponibles, pero muy a menudo han sido indiferentes acerca de qué tipo de calorías ofrecen, a qué precio, para quién son accesibles y cómo se comercializan”, ha dicho de Schutter.
Las palabras del relator de Naciones Unidas son el último llamamiento sobre el impacto de la obesidad en la salud mundial, que se ha venido a llamar la epidemia del siglo XXI. Según la Organización Mundial de la Salud, aunque el hambre es aún un problema para unos 800 millones de personas, la mala dieta lo es aún mayor: unos 1.400 millones de personas tienen obesidad o sobrepeso en el mundo, y estas malas dietas se relacionan con problemas cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y algunos cánceres (mama, endometrio, colon).
Este esfuerzo refleja un efecto pendular: se ha pasado de una preocupación por la insuficiente alimentación a lo contrario. De hecho, el 65% de la población mundial vive ya en países donde hay más muertos por comer de más que por comer de menos. Los últimos datos de la OMS indican que 800 millones de personas pasan hambre, frente a los 1.400 millones que tienen sobrepeso. Y estas malas dietas se relacionan con problemas cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y algunos cánceres (mama, endometrio, colon). Además, el sobrepeso se relaciona con el 23% de las enfermedades cardiovasculares, el 44% de la diabetes, la osteoartritis y tumores de mama, endometrio y colon.
Expertos como José López Miranda, del Centro de
Investigación Biomédica en Red para la Obesidad y la Nutrición (Ciberobn),
afirma que el problema de la obesidad “es mucho mayor que el del tabaco”. “Casi
la mitad de la población de los países desarrollados tiene obesidad o sobrepeso
y, mientras el tabaquismo está en descenso, los problemas asociados a una mala
dieta van en aumento”, dice.
La directora general de la OMS, Margaret Chan, abundó
en esta situación ayer durante la inauguración de la Asamblea Mundial de la
Salud. “Parte del mundo está literalmente comiendo hasta morir”, dijo. “No
vemos ninguna prueba de que la prevalencia de la obesidad esté disminuyendo en
ningún sitio. Los alimentos muy elaborados y las bebidas cargadas con azúcar
son ubicuas, populares y baratas”.
Tampoco hay unanimidad sobre las medidas propuestas
por Schutter. Por ejemplo, Dinamarca y Hungría plantearon en 2011 imponer una
tasa sobre las grasas saturadas, pero los daneses la retiraron dos años más
tarde. También Dinamarca, Noruega, Australia y Finlandia han planteado un
impuesto sobre las bebidas azucaradas, lo mismo que Italia y Francia. En EE UU,
el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg abanderó la
prohibición de las bebidas supergrandes, pero no la sacó adelante.
La patronal de la industria alimentaria española,
FIAB, afirma que “no hay evidencia científica alguna de que los impuestos, y en
especial los discriminatorios, sean la solución para resolver problemas
complejos como los relacionados con las dietas y con estilos de vida”, y señala
que, en España, la ingesta media de calorías ha bajado un 13% entre 1964 y
2012. Por eso insiste en que “no hay alimentos buenos o malos”, y que formas de
vida como el sedentarismo son clave en la obesidad.
En cambio,
la idea de usar impuestos para desincentivar ciertos alimentos le parece
“fantástica” a López Miranda. “Con los ácidos grasos trans sería lo más
adecuado, porque el ser humano puede vivir sin ellos. Lo mismo sucede con los
azúcares añadidos. Con la sal es distinto, porque, aunque está en la
naturaleza, sí necesitamos cierto suplemento”.
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